Actualmente, la Celebración del Día de Muertos es una de las tradiciones más populares y arraigadas en Latinoamérica. La razón es debido al significado profundamente humado de esta celebración. Es el momento de recordar a los muertos, valorar su paso por esta vida y valorar la importancia de llevar una vida ejemplar.
En México, esta tradición tiene sus raíces en la cultura prehispánica y se materializa en el la velación de los muertos en los cementerios y en el tradicional altar-ofrenda. Ambas actividades consisten en deleitar a los difuntos que regresan ese día a convivir con sus familiares y amigos, con todo aquello que fue de su mayor agrado en vida: alimentos, bebidas, y música principalmente.
Según esta tradición cuando el individuo muere su espíritu continúa viviendo en Mictlán, lugar de residencia de las almas que han dejado la vida terrenal. Dioses benevolentes crearon este recinto tranquilo y agradable, donde las almas reposan plácidamente hasta el día en que retornan a sus antiguos hogares para visitar a sus parientes y amigos.
Los cementerios son visitados por los familiares y amigos del difunto quienes limpian las tumbas y colocan flores y arreglos para la gran fiesta que significa el regreso del alma del ser querido. Algunos incluso contratan bandas de músicos para deleitar a su difunto tocando sus melodías favoritas.
Mientras que en la ofrenda o altar de los muertos, en casa de los difuntos, se representan los cuatro elementos básicos de la naturaleza; tierra, representada por sus frutos que alimentan a las ánimas con su aroma; viento, representado por algo que se mueva, tan ligero como el viento, empleándose generalmente figuras de papel picado hecho con papel de china; agua, representada por un recipiente con la bebida favorita del difunto y fuego, representado por una vela por cada alma que se recuerde y una por el alma olvidada.
En la ofrenda también se coloca sal para purificar el ambiente, copal para que las ánimas se guíen por el olfato, fotografías de los difuntos, dulces y juguetes en forma de calavera especiales para la ocasión y flor de zempaxóchitl que se esparce desde la puerta de la casa hasta el altar para señalar el camino a las almas.
Ya sea en el cementerio o en el altar-ofrenda, en casa del difunto, los adultos mantienen la vigilia durante la noche reviviendo las memorias de sus familiares fallecidos. Se cuentan anécdotas de los momento agradables que disfrutaron juntos; se pone la música preferida del difunto; se brinda en su honor y si, muchas veces algunas personas terminan emborrachándose con su difunto.
El calendario señala dos ocasiones para la llegada de los muertos. Cada una de ellas es una fiesta de alegría. En estos dos días de celebración el 1 de noviembre se honra la memoria de los niños muertos, así como la de las mujeres que murieron en el momento del parto, mientras que el dos de noviembre se honra la memoria de los adultos fallecidos.
En México, esta tradición tiene sus raíces en la cultura prehispánica y se materializa en el la velación de los muertos en los cementerios y en el tradicional altar-ofrenda. Ambas actividades consisten en deleitar a los difuntos que regresan ese día a convivir con sus familiares y amigos, con todo aquello que fue de su mayor agrado en vida: alimentos, bebidas, y música principalmente.
Según esta tradición cuando el individuo muere su espíritu continúa viviendo en Mictlán, lugar de residencia de las almas que han dejado la vida terrenal. Dioses benevolentes crearon este recinto tranquilo y agradable, donde las almas reposan plácidamente hasta el día en que retornan a sus antiguos hogares para visitar a sus parientes y amigos.
Los cementerios son visitados por los familiares y amigos del difunto quienes limpian las tumbas y colocan flores y arreglos para la gran fiesta que significa el regreso del alma del ser querido. Algunos incluso contratan bandas de músicos para deleitar a su difunto tocando sus melodías favoritas.
Mientras que en la ofrenda o altar de los muertos, en casa de los difuntos, se representan los cuatro elementos básicos de la naturaleza; tierra, representada por sus frutos que alimentan a las ánimas con su aroma; viento, representado por algo que se mueva, tan ligero como el viento, empleándose generalmente figuras de papel picado hecho con papel de china; agua, representada por un recipiente con la bebida favorita del difunto y fuego, representado por una vela por cada alma que se recuerde y una por el alma olvidada.
En la ofrenda también se coloca sal para purificar el ambiente, copal para que las ánimas se guíen por el olfato, fotografías de los difuntos, dulces y juguetes en forma de calavera especiales para la ocasión y flor de zempaxóchitl que se esparce desde la puerta de la casa hasta el altar para señalar el camino a las almas.
Ya sea en el cementerio o en el altar-ofrenda, en casa del difunto, los adultos mantienen la vigilia durante la noche reviviendo las memorias de sus familiares fallecidos. Se cuentan anécdotas de los momento agradables que disfrutaron juntos; se pone la música preferida del difunto; se brinda en su honor y si, muchas veces algunas personas terminan emborrachándose con su difunto.
El calendario señala dos ocasiones para la llegada de los muertos. Cada una de ellas es una fiesta de alegría. En estos dos días de celebración el 1 de noviembre se honra la memoria de los niños muertos, así como la de las mujeres que murieron en el momento del parto, mientras que el dos de noviembre se honra la memoria de los adultos fallecidos.